Trewhella Fernández, Richard2021-04-112021-04-112021-03-01http://repositorio.ucb.edu.bo/xmlui/handle/20.500.12771/401El deseo de comprender la naturaleza para atraer sus beneficios es tan antiguo como el hombre mismo. El chamán de las comunidades arcaicas, investido de máscaras y cueros de animal, se dirigía a los vientos y a la lluvia, a la poderosa serpiente, mediante cánticos y esotéricas fórmulas, para exorcizar los demonios que habitaban el cuerpo de un enfermo. En el terreno de la magia y la brujería se convoca a las potencias de la naturaleza. Nos preguntamos: ¿habrá, entonces, una sustancial diferencia entre las experimentaciones del chamán y las prácticas que el científico ensaya día a día, ritualmente, en su laboratorio? Existen, en realidad, inconmensurables diferencias. Mientras las prácticas del hechicero o del brujo presuponen un universo de símbolos, donde cada uno se corresponde o resuena con el otro, el ámbito de comprensión de la ciencia presupone, por el contrario, un universo desencantado. En Dialéctica de la Ilustración (DI) Horkheimer y Adorno escriben lo siguiente: “El programa de la Ilustración era el desencantamiento del mundo. Pretendía disolver los mitos y derrocar la imaginación mediante la ciencia.”1esFilosofíaNaturalezaLa naturaleza como sinfonía.Article