Resumen:
El deseo de comprender la naturaleza para atraer sus beneficios es tan antiguo como el
hombre mismo. El chamán de las comunidades arcaicas, investido de máscaras y cueros de
animal, se dirigía a los vientos y a la lluvia, a la poderosa serpiente, mediante cánticos y
esotéricas fórmulas, para exorcizar los demonios que habitaban el cuerpo de un enfermo.
En el terreno de la magia y la brujería se convoca a las potencias de la naturaleza. Nos
preguntamos: ¿habrá, entonces, una sustancial diferencia entre las experimentaciones del
chamán y las prácticas que el científico ensaya día a día, ritualmente, en su laboratorio?
Existen, en realidad, inconmensurables diferencias. Mientras las prácticas del hechicero o
del brujo presuponen un universo de símbolos, donde cada uno se corresponde o resuena
con el otro, el ámbito de comprensión de la ciencia presupone, por el contrario, un universo
desencantado. En Dialéctica de la Ilustración (DI) Horkheimer y Adorno escriben lo
siguiente: “El programa de la Ilustración era el desencantamiento del mundo. Pretendía
disolver los mitos y derrocar la imaginación mediante la ciencia.”1