Resumen:
La historia, como bien sabemos, ha sido en la mayoría de los casos la narración victoriosa
de las gestas del ‘fuerte sobre el débil’, de la repartición del espacio y de los territorios,
del tiempo y del trabajo. Se trata siempre de una correlación de fuerzas. La “fuerza
fuerte” (como la denomina Benjamin) proyecta el presente sobre el pasado, como una
continuidad que “justifica” históricamente el estado de cosas presente. Opera, por
tanto, como dominación. A la “fuerza débil”, por el contrario, sólo le queda la esperanza
-de ahí su ‘débil’ fuerza mesiánica-, al conservar todavía la memoria de aquel pasado
pendiente.3
La fuerza débil trae el asalto de una discontinuidad histórica, la inter-rupción
del tiempo lineal y del progreso, y la irrupción de las débiles voces de los pequeños, la
verdad que proviene de los desechos de la historia, la memoria de los sin-nombre.