Resumen:
Uno lo reconoce inmediatamente. Instalado en los grandes mercados de la ciudad de La
Paz, en medio del comercio más mundano, restalla la figura singular del aparapita, con las
mejillas abultadas de coca, con su inconfundible soga y el manteo. Es por todos requerido,
pues acarrea todo tipo de bultos, transporta en sus espaldas fornidas, de aquí hacia allá,
cualquier carga que se le presente, desde los aperos simples del mercado hasta pesados
muebles, e incluso se lo ha visto transportando, bamboleante, un ataúd desde la casa del
finado hasta el cementerio; y todo por ganarse unos cuantos pesos, que él jamás ahorra, y
que despilfarra, alegremente, en cualquier bodega o chingana.2 Se trata de un personaje
popular, cuya imagen forma parte del tejido identitario de la ciudad y, no obstante, se trata
de alguien enigmático, cuya existencia es verdaderamente misteriosa.